A pesar de la situación que estamos viviendo, por fin hemos trabajado en nuestra primera boda de la temporada. El camino hasta aquí ha sido incierto y desconcertante y hemos pasado, como la mayoría de profesionales, por un sin fin de cambios y emociones.. Muchas bodas se han aplazado y hemos visto cómo el mundo se venía abajo, pero por fin, hemos vuelto a la “nueva normalidad” y hemos podido disfrutar de la primera boda.
A continuación os contamos nuestras primeras sensaciones en la primera boda de la temporada que tuvo lugar en la Masía Egara, una típica casa de campo catalana del siglo XVI reformada para la realización de eventos.
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La boda en sí, fue tan bonita como muchas a las que hemos asistido. Los preparativos de la novia y el novio fueron tan normales como de costumbre y el ambiente olía a nervios y celebración como siempre.
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Una vez empezaron a llegar los invitados la situación cambió un poco, fue extraño ver a tanta gente con máscaras celebrando una boda y porque los saludos no eran igual que hace unos meses. Pero nos gustó ver que la ilusión, las ganas y la felicidad se seguían percibiendo a través de la mirada. ¡Eso no se pierde!
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La ceremonia fue especial y emotiva, conducida por Manel Pousa Engroñat, un cura atípico por su forma de entender la iglesia y la fe cristiana. Se realizó en una pequeña capilla de la misma finca, y claramente allí todos los invitados sin excepción llevaban puesta su mascarilla. Es verdad que es una lástima no ver sus caras pero una vez, más las miradas y los ojos de emoción lo transmitían todo.
Cuando empezó el aperitivo la gente ya estaba más relajada, disfrutando del idílico jardín, de una deliciosa comida y del ritmo pegadizo de los músicos del piano-bar. A partir de allí, todo se desenvolvió con mayor “normalidad”, con precauciones pero en una atmósfera más festiva.
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